Practicante en acción

Practicante en acción

martes, 27 de enero de 2015

El profesor otaku

Apuntes previos.
Un estudiante me mira y pregunta, ¿profe usted es hipster? Otro niño me pregunta si soy otaku, si acaso me gustan los monos japoneses y ese tipo de cosas.
¿Usted, baila mucho? No ¿Baila poco? No soy buen bailarín, por qué la pregunta, respondo. Es que todos los otakus bailan, me dice el niño. No es el primer alumno que asume que soy otaku. Es mi corte de pelo, yo les hablo del grunge, de Pearl jam, Nirvana, Kurt Cobain, les digo que puedo ser hippie, pero no otaku. Da igual, no me escuchan. Para todos los niños soy otaku. 
Mientras los niños entran a la sala, realizo unos ejercicios de respiración que vi en youtube para controlar los nervios. Hasta ahora, no he tenido buenos resultados, creo que me voy a desmayar.
Entramos a la sala y su profesora jefe, que es mi guía en la práctica, los reta harto, por las notas, por su presentación, por su forma de pararse, siempre hay motivos para retar a alguien. Luego se sienta, observa sus pies. Ella anda con chalas, informa que le duelen los talones. Todo el curso la observa en silencio. Saca unas vendas que tiene en la cartera y se las pone en los pies. Los niños empiezan a hablar y la profesora, Karla, los hace callar. Todos miran en silencio como ella venda sus pies. Por mi parte, quiero empezar la clase, pero no puedo, porque ella está adelante cuidando sus pies. Enciendo el proyector, Karla se enoja, me dice que lo apague, que la luz le llega en la cara.
Apuntes posteriores:
El objetivo de la clase, porque todas las clases deben tener un objetivo, yo no estoy muy de acuerdo, pero como reza el dicho popular, donde fueres haz lo que vieres, era analizar relatos míticos. Presenté un video sobre el “Popol Vuh”. Luego, quise que los estudiantes reflexionaran sobre la relación de los Mayas con los dioses, por reflexionar sobre algo, si he de ser sincero, no tenía muy clara para donde iba mi clase. Karla me interrumpió y empezó a hablar de la religión católica. Piensen en la relación que tenemos nosotros con dios, decía Karla. Yo quería volver al tema de los Mayas, pero ella me volvía a interrumpir y hablaba de la religión católica. La Biblia tiene bonitos mitos, quizás, sería bueno analizar alguno, dije yo, intentando relacionar ambos temas. Pero profesor, la historia de Jesús no es un mito, me dice una alumna. Bueno, tampoco podemos tomarnos todo tan al pie la letra, en los textos religiosos las historias que se cuentan no se pueden interpretar de manera literal. Los niños me miran con incredulidad. La clase se está yendo al despeñadero, lo puedo sentir. Intento salir del paso con una observación anecdótica: piensen en el palo de Pinilla, dónde estaba dios cuando Pinilla pateó al arco contra Brasil, o sea, si dios existe, no es chileno. Mal chiste. No hay risas. Tengo que trabajar lo del humor, el chiste corto es lo único que me puede salvar como profesor.
Después, quise que viéramos los mitos griegos, pero Karla se empezó a quedar dormida atrás y me desconcentraba. Los niños se miraban y reían, la profesora estaba durmiendo echada arriba de la mesa mientras yo gesticulaba como un pajarraco adelante para captar la atención del curso, me habría gustado gesticular de otra manera, pero no, era eso, un pajarraco desesperado por obtener el interés de la concurrencia.
La alumna más difícil de una clase puede llegar a ser la profesora guía. En este caso, ella se disculpó después y me dijo que tenía harto sueño, que estaba con mucho trabajo, que la entendiera. Yo la entiendo, soy un tipo comprensivo, pero si estás cansado y adelante hay algo de tu interés, no te quedas dormido. Mi clase es fome, la persona que me evalúa se duerme, no hay peor evaluación que un ataque de bostezos.
Puede que tenga que empezar a bailar y que la respuesta a todas mis dudas sean los otakus. Puede que tenga que asumir con seriedad de rol de otaku en la docencia.


martes, 20 de enero de 2015

El Chocman como herramienta pedagógica

En la mañana llego temprano. El director me saluda: hola, profesor. Se siente raro que alguien me diga, profesor. Se siente extraño andar con corbata y camisa, ni para los matrimonios me visto tan formal.  
Suena el timbre que indica el final del recreo. Todos los alumnos se forman en fila en el patio y esperan a que llegue el profesor para subir ordenados a sus salas. Destaca la figura de la Virgen María observándolo todo desde su altar. En el mismo patio, a metros de la Virgen, hay un taca-taca que se lleva toda la atención de los niños, relegando la figura de la madre de Dios a un segundo plano.
Entro a la sala de un primero medio con la profesora guía de mi práctica, Karla. Los niños parecen cercanos a la profesora, a quien molestan con el profesor de educación física, siempre se los ve juntos en los pasillos del colegio. Ella se pone coqueta, se sienta en la mesa y cruza las piernas. El niño que está sentado a mi lado me pregunta como encuentro a la profesora. Es muy dedicada en su oficio, le digo y me quedo pensando en lo ñoño de mi comentario. Pero yo no me refiero a eso poh, está rica, ¿cierto?, insiste el joven. No sé, intento ser un profesional y no fijarme en esas cosas, respondo. Lo profesional no quita lo caliente, me dice el niño en voz baja y se ríe con otro compañero.
La profesora señala el objetivo de la clase, pide que saquen el libro del Mineduc y el curso se pone a trabajar en las actividades ahí presentes. Karla ofrece un Chocman como recompensa por el trabajo bien hecho. Eso me impresiona. Lo que me sorprende más, es que le funciona, relativamente. El curso parece entusiasmarse momentáneamente con la idea de ganarse el dulce, pero al avanzar la clase los estudiantes pierden la concentración y empiezan a meter ruido. La profesora se levanta y dice, me volví loca, me volví loca, a los tres primeros que terminen les regalo un chupete y les marco el cuaderno con un timbre de color. ¿Y el Chocman?, pregunta una niña. Eso lo reservo para el que trabaje más callado. Silencio absoluto en la sala. Éxito total, el Chocman es el futuro. ¿Y el constructivismo? Pasó de moda, al parecer.

La profesora tiene que salir un momento y me deja con el curso. Es poco tiempo, pero a los estudiantes les causa curiosidad este sujeto parado adelante. Un alumno le bota el lápiz a una niña. La niña me dice que lo debo retar. Yo les digo que tienen que aprender a solucionar sus diferencias conversando. La niña insiste, “usted es profesor, ¿o no?”. Respondo que todavía no soy profesor, que espero en algún momento llegar a serlo, pero todavía estoy estudiando. Es cansador intentar poner orden. No me siento para nada seguro de mi rol de autoridad en la sala. Los alumnos yo creo que se dan cuenta, será mi postura corporal, mi tendencia a encorvarme o no poder controlar el temblor de mis rodillas cuando me paro frente al curso, el punto es que todos saben que yo no mando ahí. Un alumno se sube a la cortina, la utiliza a modo de liana y yo imagino lo peor, el niño cayendo al piso, un río de sangre por los pasillos hasta la puerta. Le digo que se baje, por favor, suplico, pero nadie me hace caso. Saco unas pastillas que tengo en el bolsillo y las ofrezco como recompensa para los primeros que guarden silencio. El curso se calla, los estudiantes parecen meditar las opciones. La profesora entra, todos vuelven a sus asientos y yo, a la seguridad de mi pupitre con una sola convicción: un profesor en el sigo XXI debe andar con una caja de Chocman en el maletín. El azúcar es el insumo didáctico por excelencia en la posmodernidad, algo que ni Piaget ni Paulo Freire vaticinaron.


miércoles, 14 de enero de 2015

Primera clase



Apuntes Previos.
Estoy escribiendo estos apuntes en el baño de la sala de profesores del Colegio Polivalente San Miguel Abad. Tengo diarrea y no puedo parar, llevo mucho tiempo sentado en la taza del baño. En los colegios deberían tener baños exclusivos para practicantes como yo, nerviosos, con diarrea explosiva y fulminante. El lugar está muy hediondo, me da vergüenza salir, pero el timbre suena y llegó el momento de hacer mi primera clase. Tengo miedo, la vocación de profesor se fue, se escapó por la alcantarilla. No soy digno de este oficio, quiero salir arrancando, quiero tirarme por la ventana, quiero hacer cualquier cosa, menos la clase. ¿Todo bien ahí dentro, colega?, me pregunta un profesor y se ríe. Todo el mundo sabe que literalmente estoy cagado de miedo ante la idea de hacer mi primera clase. Nota mental: debo aprender a disimular. Un hombre no puede andar mostrando debilidad por la vida, no es buena idea. Segunda nota mental: No debí comer huevos con jamón al desayuno, habría sido preferible un pan con miel, algo más liviano. De pie, frente al lavamanos, pienso en los héroes patrios, José Miguel Carrera, Manuel Rodríguez y otros más actuales, como Felipe Camiroaga y Zamorano. De alguna forma, eso me da valor y salgo del baño a cumplir con mi deber.
 Apuntes posteriores:
Las imágenes las veo nebulosas. A veces los niños me entendían, a veces, no. El objetivo era analizar el texto dramático, pero para mí, el drama más determinante en ese momento se liberaba en mi interior, una parte  quería salir arrancando de la sala y mi otro yo quería quedarse. Por suerte, se impuso la cordura y logré pasar los contenidos correspondientes a la unidad, conflicto dramático, lenguaje dramático, etc. Leímos entre todos fragmentos de la obra “Hamlet”, con el objetivo de distinguir los elementos principales del texto. Luego, vimos escenas de la película “El rey león” y la relacionamos con la obra de Shakespeare. Este oficio debería ser así todo el tiempo, analizar películas y monitos.

Al terminar la clase, Karla, la profesora guía, me pregunta si estaba muy nervioso. Un poco, le respondo.