Apuntes
previos o insumo teórico para una clase de poesía.
En
la micro, un cantante interpreta a capela un par de temas de Chichi Peralta.
Cuando llega al estribillo de Procura, mira fijamente a una niña de los
primeros asientos y canta el estribillo, “procura coquetearme más y no reparo
de lo que te haré/ procura ser parte de mí y te aseguro que me hundo en ti…”.
Mientras canta, el artista se acerca lentamente a la niña que lo inspira, sin
pestañear y con el ceño fruncido insiste en su interpretación, “procura
seducirme muy despacio y no reparo de todo lo que en el acto te haré/ procura
no mirarme más y no sabrás de que te perderás…”.
La
chiquilla se siente incómoda ante la performance del cantante y cubre su escote
con la mochila, mira la ventana el resto del camino, en ningún momento se
muestra interesada por el show del artista. ¿Qué salió mal? No sé, pero algo no
funcionó, nadie le dio plata al performer.
La
seducción es un tema difícil, no se puede ser tan literal, es importante
sugerir más que mostrar, pero hasta qué punto, los límites se vuelven difusos.
Una
amiga de un amigo me mostró un mail que le había mandado un pretendiente. La
misiva era de carácter romántico, el emisor hablaba del cuerpo de la niña,
hacía metáforas con su pelo y sus caderas. No puedo dejar de mirar tus ojos,
sueño con el día en que tu cabeza descanse sobre mi pecho, insistía el galán,
quien confesaba sentirse hechizado por la simpatía de la mujer. El mensaje
terminaba con puntos suspensivos y al final decía, llámame. La niña nunca
llamó, dijo que antes de la carta, el sujeto le interesaba un poco, ahora ya
no. Al parecer, la poética utilizada le pareció un poco cursi, algo vulgar.
Con
respecto al arte de la galantería, debo confesar que tengo más preguntas que
respuestas. ¿Por qué lo que nos parecía elegante en un principio, al final,
termina siendo vulgar? Hacer metáforas con la cintura o las caderas de una
muchacha parece una excelente idea, pero lo resultados pueden ser nefastos. Quizás,
el siglo XXI sea de los románticos minimalistas, es decir, escribir algo como, “tu
pelo, tus caderas, mi pene... llámame” o “princesa, te regalo mi caldillo de
vienesa… llámame”.
La
clase.
Hoy
vemos poesía. Me toca exponer sobre la inspiración. Habla un poco de las musas
y todo eso, fue la indicación de Karla, mi profesora guía. Mi primer impulso es
contextualizar el tema y hablar de la Antigüedad clásica, pero menciono la
palabra “Grecia” y obtengo como respuesta inmediata una avalancha de bostezos
que se extendió desde el fondo de la sala, empezando por mi profesora guía,
hasta los primeros puestos. Aborto la iniciativa. Parece mejor idea leer poesía
antes que reflexionar sobre ella. Leo en voz alta el poema “Otoño secreto” de
Jorge Teillier. Luego, pido que los estudiantes lean algunos versos y los
interpreten. No fluye mucho el diálogo. Están todos durmiendo, insisto y leo
nuevamente los primeros versos que son poderosísimos:
Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido
bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de
mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen…
Mientras
leo a Teillier, reflexiono sobre el misterio de la vida, de nuestra civilización,
de herramientas precarias tratando de interpretar el universo que supera
nuestro entendimiento. Mi exposición es caótica, salto de la glaciación a
Napoleón Bonaparte, de Picasso a Iván Zamorano, de julio Verne a Vladímir
Putin. Hablo de la muerte, el sexo, los chistes cortos y el fútbol, mientras
muevo las manos y me paseo por la sala. En el estudiantado, primero veo
confusión y sorpresa, luego, demasiado pronto, todo vuelve a su estado natural,
la somnolencia.
No
sé por qué motivo, quizás, desesperación, termino hablando de los piropos,
comento que he visto a hombres decir cosas como “tus contornos me enloquecen”,
“te haría de todo”, y a mujeres responder con desdén, y más que desdén, asco, y
más que asco, horror, ante estas expresiones. Mi profesora guía sigue durmiendo
al fondo de la sala, pero el curso despierta y polemiza con el tema. Pregunto,
¿por qué razón estas frases pueden ser ofensivas para alguien? Se concluye que
en el primer piropo la palabra “enloquece” resulta chocante, ya que evidencia
que el hombre ha estado mirando, con pasión desmedida, el cuerpo de la
chiquilla, sin interesarse por ningún otro aspecto de la persona. El segundo
piropo es más impresentable y solo despierta temor, el término “todo” sugiere
posibilidades infinitas, no necesariamente buenas o agradables de experimentar.
Pregunto al curso, ¿cómo intentarían ustedes cortejar a una persona que les
parece atractiva? Como respuesta, se escuchan puros piropos, de distintos
tipos, tiernos, vulgares y chistosos, pero no salimos del piropo.
La
hora termina, me mandaron a hablar de la inspiración y terminé hablando de los
piropos. Soy el asesino de la poesía, un ejemplo de falta de inspiración. Eso
me inquieta, pero hay algo que me atormenta más, el precario estado del piropo
en nuestra época, cuya consecuencia directa, según yo, es el advenimiento del
minimalismo romántico, que se traduce en fórmulas de cortejo, tales como “te
miro, mi pene reacciona afirmativamente… llámame” o aún más minimalista “mi
pene… llámame”.