Practicante en acción

Practicante en acción

lunes, 23 de febrero de 2015

El sicario de la poética

Apuntes previos o insumo teórico para una clase de poesía.
En la micro, un cantante interpreta a capela un par de temas de Chichi Peralta. Cuando llega al estribillo de Procura, mira fijamente a una niña de los primeros asientos y canta el estribillo, “procura coquetearme más y no reparo de lo que te haré/ procura ser parte de mí y te aseguro que me hundo en ti…”. Mientras canta, el artista se acerca lentamente a la niña que lo inspira, sin pestañear y con el ceño fruncido insiste en su interpretación, “procura seducirme muy despacio y no reparo de todo lo que en el acto te haré/ procura no mirarme más y no sabrás de que te perderás…”.
La chiquilla se siente incómoda ante la performance del cantante y cubre su escote con la mochila, mira la ventana el resto del camino, en ningún momento se muestra interesada por el show del artista. ¿Qué salió mal? No sé, pero algo no funcionó, nadie le dio plata al performer.
La seducción es un tema difícil, no se puede ser tan literal, es importante sugerir más que mostrar, pero hasta qué punto, los límites se vuelven difusos.
Una amiga de un amigo me mostró un mail que le había mandado un pretendiente. La misiva era de carácter romántico, el emisor hablaba del cuerpo de la niña, hacía metáforas con su pelo y sus caderas. No puedo dejar de mirar tus ojos, sueño con el día en que tu cabeza descanse sobre mi pecho, insistía el galán, quien confesaba sentirse hechizado por la simpatía de la mujer. El mensaje terminaba con puntos suspensivos y al final decía, llámame. La niña nunca llamó, dijo que antes de la carta, el sujeto le interesaba un poco, ahora ya no. Al parecer, la poética utilizada le pareció un poco cursi, algo vulgar.
Con respecto al arte de la galantería, debo confesar que tengo más preguntas que respuestas. ¿Por qué lo que nos parecía elegante en un principio, al final, termina siendo vulgar? Hacer metáforas con la cintura o las caderas de una muchacha parece una excelente idea, pero lo resultados pueden ser nefastos. Quizás, el siglo XXI sea de los románticos minimalistas, es decir, escribir algo como, “tu pelo, tus caderas, mi pene... llámame” o “princesa, te regalo mi caldillo de vienesa… llámame”.

La clase.
Hoy vemos poesía. Me toca exponer sobre la inspiración. Habla un poco de las musas y todo eso, fue la indicación de Karla, mi profesora guía. Mi primer impulso es contextualizar el tema y hablar de la Antigüedad clásica, pero menciono la palabra “Grecia” y obtengo como respuesta inmediata una avalancha de bostezos que se extendió desde el fondo de la sala, empezando por mi profesora guía, hasta los primeros puestos. Aborto la iniciativa. Parece mejor idea leer poesía antes que reflexionar sobre ella. Leo en voz alta el poema “Otoño secreto” de Jorge Teillier. Luego, pido que los estudiantes lean algunos versos y los interpreten. No fluye mucho el diálogo. Están todos durmiendo, insisto y leo nuevamente los primeros versos que son poderosísimos:
Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen…

Mientras leo a Teillier, reflexiono sobre el misterio de la vida, de nuestra civilización, de herramientas precarias tratando de interpretar el universo que supera nuestro entendimiento. Mi exposición es caótica, salto de la glaciación a Napoleón Bonaparte, de Picasso a Iván Zamorano, de julio Verne a Vladímir Putin. Hablo de la muerte, el sexo, los chistes cortos y el fútbol, mientras muevo las manos y me paseo por la sala. En el estudiantado, primero veo confusión y sorpresa, luego, demasiado pronto, todo vuelve a su estado natural, la somnolencia.
No sé por qué motivo, quizás, desesperación, termino hablando de los piropos, comento que he visto a hombres decir cosas como “tus contornos me enloquecen”, “te haría de todo”, y a mujeres responder con desdén, y más que desdén, asco, y más que asco, horror, ante estas expresiones. Mi profesora guía sigue durmiendo al fondo de la sala, pero el curso despierta y polemiza con el tema. Pregunto, ¿por qué razón estas frases pueden ser ofensivas para alguien? Se concluye que en el primer piropo la palabra “enloquece” resulta chocante, ya que evidencia que el hombre ha estado mirando, con pasión desmedida, el cuerpo de la chiquilla, sin interesarse por ningún otro aspecto de la persona. El segundo piropo es más impresentable y solo despierta temor, el término “todo” sugiere posibilidades infinitas, no necesariamente buenas o agradables de experimentar. Pregunto al curso, ¿cómo intentarían ustedes cortejar a una persona que les parece atractiva? Como respuesta, se escuchan puros piropos, de distintos tipos, tiernos, vulgares y chistosos, pero no salimos del piropo.  
La hora termina, me mandaron a hablar de la inspiración y terminé hablando de los piropos. Soy el asesino de la poesía, un ejemplo de falta de inspiración. Eso me inquieta, pero hay algo que me atormenta más, el precario estado del piropo en nuestra época, cuya consecuencia directa, según yo, es el advenimiento del minimalismo romántico, que se traduce en fórmulas de cortejo, tales como “te miro, mi pene reacciona afirmativamente… llámame” o aún más minimalista “mi pene… llámame”.


jueves, 5 de febrero de 2015

Gravity

Apuntes previos.
Hoy vi Interstellar, la película es bonita y entretenida, pero no la entendí. No sé qué pretende Nolan. ¿Qué me quiere decir el director? ¿Que la fuerza del amor es todo? ¿Qué la fuerza del amor es grande? Eso ya lo dijo Myriam Hernández de forma mucho más clara y en un par de minutos. Lo que no puedes decir en tres minutos, no lo vas a poder decir en tres horas, esa es mi conclusión.
Mañana tengo que hablar de la muerte en el colegio. La muerte habla por sí misma, no hay nada que agregar. Ya tendría que haber preparado la clase, pero no se me ocurrió nada. Además, Fernando, un amigo que trabaja en Cineplanet, me dijo que hoy en la tarde podía colarme y ver la última de Nolan. Pensé que la película podría ayudar, que se me ocurriría una idea para tratar el tema de la muerte en el colegio, pero no. La película no ayuda, no sé cuál es el mensaje del director y me gustaría hablar de eso con los estudiantes mañana, de Christopher Nolan, que alguien me explique Interstellar y de paso, Inception. Qué opinan de Nolan, ¿les gustó su última película? Ese es un buen comienzo para una clase. Y seguir así, hablando de películas y directores, la vida académica podría ser eso, una eterna conversación de cafetín.
No basta una clase para hablar de la muerte, es una materia compleja, una    inquietud del primer y último ser humano. ¿Yo estoy a cargo de trabajar algo así? ¿Estoy debidamente capacitado para eso? Ni siquiera se me ocurre una manera de dar el pésame cuando alguien se muere. En los funerales digo cosas que busco en google, líneas del tipo “no somos más que esto” o “todos somos polvo de estrellas y algún día regresamos a ellas”. Esa última está más Christopher Nolan.
Notas posteriores.
Tenía en mente tratar el tema de manera sutil. Indagar, con tacto y buen criterio, cuál era la actitud de los chilenos frente a la muerte. En la pizarra anoté, muerte. Nada más. Esperé en silencio por cinco minutos, mirando el vacío. Los estudiantes comenzaron a reír y hablar, mi profesora guía, Karla, dormitaba en su silla. Avancé hasta el centro de la sala y dije: todos somos simios que saben que van a morir, somos mamíferos que tienen conciencia de su inminente desaparición, primates bailando al borde del abismo, ratas con miedo a la oscuridad, eso es la civilización.
Mi profesora guía despertó, Karla negaba con la cabeza, su mirada sugería profunda reprobación. Algunos estudiantes sonreían de manera nerviosa y otros, se notaban incómodos, un poco asustados.
Al parecer no fue para nada delicada  la manera en que decidí abordar el tema. Qué pretende este sujeto al decir que todos somos monos, parecía decir el rostro de los alumnos.  Al verme, ellos parecían sentir lo que yo siento al ver las películas de Christopher Nolan, confusión, ansiedad, perturbación y espanto.
Después, escuché junto al curso una canción de Violeta Parra, el Rin del angelito. La idea era hablar del rito del angelito que se celebraba en Chile en el siglo pasado. La tradición campesina señala que cuando muere un niño chico el velorio es una fiesta con música, comida y bebida. Mientras explicaba esto iba mostrando imágenes de los difuntos vestidos de angelitos. Antes de terminar la exposición una estudiante me dijo que las fotos de los niños le estaban empezando a dar miedo. Otro niño se sumó a la inquietud. Karla aleteaba desde atrás, termina con esto, me decía, pasa a lo siguiente.
En ese momento lo comprendí, mi clase no era Interstellar, era Gravity. Soy el Sandra Bullock de la didáctica, un astronauta de la pedagogía que flota en el espacio sin encontrar puntos de referencia. El aula es una nave espacial averiada en medio de una tormenta de asteroides.
Soy el Gravity de la pedagogía, digo en voz alta. Un niño me pregunta qué es eso. Una película, respondo, se trata de alguien que intenta sobrevivir en el vacío. Sigo hablando de la muerte, de manera insegura y confusa. Muestro el video de un cuento llamado El pato y la muerte, donde se representa a la muerte de manera amistosa, la muerte abraza al pato mientras se está muriendo, todo eso me parece muy tierno, pero a los niños igual les dio miedo. No sé cómo hablar de la muerte sin que la gente se sienta mal. La clase se perdió sin rumbo fijo en el espacio.
Soy el Gravity de la pedagogía. Nunca fui Nolan.