Practicante en acción

Practicante en acción

lunes, 21 de septiembre de 2015

Impersonalidad o apersonalidad

Tu nombre es Francisco, ¿verdad?, pregunta la profesora guía, mientras mira la pauta de evaluación de la práctica profesional. No, Diego, responde el practicante. Oh, perdón, dice la profesora. Ella mira la pauta de evaluación, luego, mira al practicante. La mujer se rasca la cabeza, tose y acomoda su delantal. Después, mira la pauta de evaluación, luego, al practicante. La profesora abre su cartera, la cierra, la vuelve a abrir, mira la pauta de evaluación, mira al practicante. Espérame un poco, le dice al practicante y abandona la mesa.
Este es un templo del saber, señores, ustedes están en un santuario del conocimiento, le advierte el profesor a unos niños que se entretienen jugando con sus celulares en la biblioteca. El profesor guía se sienta al lado del practicante. Los niños siguen jugando con sus celulares, pero varias mesas más allá. La profesora guía regresa y se sienta al otro lado del practicante. Terminemos con este asunto, dice el profesor guía mirándome. La profesora guía asiente con la cabeza.
Yo soy el asunto que tiene que terminar hoy. En la práctica profesional tenía un profesor guía de la Especialidad y, para la práctica de Jefatura y Orientación, otra profesora. Ahora, estoy sentado en una mesa de la biblioteca con ambos. Los dos profesores me miran esperando que yo diga algo. Sonrío de manera nerviosa y trago saliva. Espero la evaluación de mi práctica en silencio, con la resignación del condenado frente al pelotón de fusilamiento.
En ningún momento te noté involucrado con los alumnos, dice la profesora de Jefatura y Orientación al practicante. Tienes que prestar atención a lo que te hablan los niños, aunque hablen puras estupideces, igual, por lo menos hay que poner cara de interesado, agrega la profesora. Otra cosa, agrega la docente, en este oficio hay que tener personalidad, hay que levantar la voz, yo nunca te vi pegar ni un grito a ti, como que te daba lo mismo lo que hicieran los chiquillos en clases. Yo no considero que tú seas tímido, le dice el profesor de la Especialidad al practicante, a mí me parece que lo tuyo es un caso de impersonalidad o apersonalidad. A qué se debe esta impersonalidad que manifiestas tú en la sala de clases, le preguntan al practicante. Por qué eres así, insiste la profesora guía, señalando con la mano de pies a cabeza al practicante.
Pienso que el problema es que no me han visto desenvolverme en las redes sociales, en Facebook, por ejemplo, soy amistoso y empático, le doy like a muchos estados. Reviso las fotos de mis amigas de Facebook, me toco mientras miro sus veraneos y sus viajes, se siente bien tocarse mientras ves la alegría genuina de chiquillas en bikini, lo que quiero decir con esto es que no soy indiferente a los demás, mi cara es inexpresiva eso es todo, pero para mi alma es un festín compartir con los demás. Omito mi reflexión sobre las redes sociales y luego de un largo silencio digo que soy un poco inexpresivo, que voy a trabajar ese aspecto.
Bueno, Diego, nosotros vamos a ir a almorzar ahora, autoevalúate con lápiz mina, anda llenando el puntaje, sugiere una calificación y después nosotros la corroboramos, dice el profesor guía. El practicante se queda solo en la mesa mirando los criterios de evaluación. “Conoce, respeta y promueve las reglas del establecimiento”, dice un aspecto a evaluar. Eso nunca lo hice, piensa el practicante. “Demuestra interés por construir relaciones profesionales con colegas e integrantes de la comunidad educativa”, “Demuestra manejo de grupo y resolución de conflicto de aula”, “Se expresa gestual y corporalmente en coherencia con las estrategias didácticas aplicadas”, no lo hice, no lo tengo y no lo hice. El practicante tiene que evaluar los aspectos con un 1, un 2 o un 3. Decide colocarse en todos un 3. Le da nota 7, lo piensa mejor y arregla los puntos para obtener un 6,5.
Busco a mis profesores, ambos firman de inmediato, dicen confiar en mi criterio. Luego, camino por todo el colegio recolectando timbres y firmas, voy donde la UTP, después donde la secretaria, por último, la directora revisa mis papeles. Me dice que no firma nada si el nombre de mi profesor guía no está completo. No sé su segundo apellido, informo a la directora. Acaso no tiene mamá, insiste ella. Pegunto a la secretaria si sabe el segundo apellido de mi profesor, luego, al auxiliar, después a otro profesor. Nadie sabe el segundo apellido de mi profesor. Vuelvo a la oficina de la directora, Manríquez, dice ella en voz alta sin despegar la vista de unos papeles. Anoto el apellido que faltaba, ella firma los papeles, le doy un beso en la mejilla y me quedo de pie mirándola. Que le vaya bien, me dice. Yo sigo inmóvil, de pie en la oficina, no puedo creer que no falte nada por timbrar.
El practicante guarda la carpeta con su evaluación en la mochila, con mucho cuidado, como un tesoro precioso. Al abrir la mochila, encontró una manzana. Un estudiante se la regaló en la mañana. Ese debería ser el criterio para evaluar la práctica, piensa el practicante, si tus estudiantes te regalan manzanas, apruebas.
   





domingo, 13 de septiembre de 2015

La despedida

¿Cómo solucionamos el problema? Pregunta el profesor guía por teléfono. El celular del practicante sonó a las once de la noche. El practicante no tenía registrado el número de su profesor, ¿quién llamaba a esa hora?, él no lo sabía.
Había preparado un discurso porque el profesor me dijo que el último día me tenía que despedir de los alumnos. Me complicó el tema, no soy de palabra fácil. Pensé en preparar un powerpoint con frases emotivas y dejar que pasaran las diapositivas en silencio, pero me pareció muy frío, una mala salida y aborté el plan.
No hubo selfies con el curso para el Facebook ni abrazos ni regalos. El practicante se despidió de todo el mundo como cualquier otro día, con la mirada y un movimiento de cejas, que es lo más parecido a no despedirse de nadie.
Había preparado un discurso. Le pedí ayuda a mi padre, quién se enojó porque yo no sabía qué mierda decirle a los alumnos en mi último día de práctica. Mi padre es presidente de las junta de vecinos hace mucho tiempo, se le conoce como “el concejal”, sin serlo, no solo no teme hablar en público sino que le fascinan estas instancias, matrimonios, funerales, inauguraciones, despedidas, su capacidad oratoria es muy solicitada en todo tipo de ceremonias, es por sobre todo un animal de la esfera pública.
¿Cómo solucionamos el problema? Pregunta el profesor. El teléfono suena mal. Ni practicante ni profesor entienden la conversación. El celular del practicante es una basura, su única utilidad es la de servir de alarma en la mañana. Yo me enfermé y no puedo ir en toda la semana, ¿cómo lo hago para evaluarte?, pregunta el profesor y el practicante no sabe qué responder.
¿Cómo te has sentido con tus alumnos?, pregunta mi padre. Inseguro, tengo la sensación que no me respetan mucho, sobre todo cuando me imitan cada vez que los hago callar. A veces, cuando estoy hablando frente al curso y veo una ventana abierta, me dan ganas de saltar hacia afuera y dejarme caer en el vacío. Omite eso en tu discurso, sugiere mi padre.
 ¿Cómo solucionamos este problema?, insiste el profesor y agrega: ¿tú puedes ir mañana o prefieres no asomar ni las narices por el colegio? El practicante si fuera sincero diría que no quiere ir. Si el practicante fuera ingenioso urdiría una mentira para no reemplazar a su profesor guía. El practicante pensó que le quedaba un solo día de práctica y ahora resulta que le queda una semana. El practicante lo único que quiere es que la práctica termine. El practicante quiere decir que no, pero termina diciendo que sí, que no hay problema, que para eso nacieron los practicantes, para apoyar cuando hace falta.

Había preparado un discurso de despedida. “Uf, hemos vivido tantas cosas juntos, será difícil dejar de venir al colegio”, así empezaban mis palabras, mis mentiras, porque en realidad, la experiencia no ha sido tan significativa ni para ellos ni para mí, yo no me sé sus nombres, ellos no saben el mío y eso que está escrito en mi piocha. Al final de la jornada no dije nada, me fui como cualquier otro día, encorvado como un roedor por las orillas del pasillo.