Tu nombre es Francisco,
¿verdad?, pregunta la profesora guía, mientras mira la pauta de evaluación de
la práctica profesional. No, Diego, responde el practicante. Oh, perdón, dice
la profesora. Ella mira la pauta de evaluación, luego, mira al practicante. La
mujer se rasca la cabeza, tose y acomoda su delantal. Después, mira la pauta de
evaluación, luego, al practicante. La profesora abre su cartera, la cierra, la
vuelve a abrir, mira la pauta de evaluación, mira al practicante. Espérame un
poco, le dice al practicante y abandona la mesa.
Este es un templo del
saber, señores, ustedes están en un santuario del conocimiento, le advierte el
profesor a unos niños que se entretienen jugando con sus celulares en la
biblioteca. El profesor guía se sienta al lado del practicante. Los niños
siguen jugando con sus celulares, pero varias mesas más allá. La profesora guía
regresa y se sienta al otro lado del practicante. Terminemos con este asunto,
dice el profesor guía mirándome. La profesora guía asiente con la cabeza.
Yo soy el asunto que
tiene que terminar hoy. En la práctica profesional tenía un profesor guía de la
Especialidad y, para la práctica de Jefatura y Orientación, otra profesora.
Ahora, estoy sentado en una mesa de la biblioteca con ambos. Los dos profesores
me miran esperando que yo diga algo. Sonrío de manera nerviosa y trago saliva.
Espero la evaluación de mi práctica en silencio, con la resignación del
condenado frente al pelotón de fusilamiento.
En ningún momento te
noté involucrado con los alumnos, dice la profesora de Jefatura y Orientación
al practicante. Tienes que prestar atención a lo que te hablan los niños,
aunque hablen puras estupideces, igual, por lo menos hay que poner cara de
interesado, agrega la profesora. Otra cosa, agrega la docente, en este oficio
hay que tener personalidad, hay que levantar la voz, yo nunca te vi pegar ni un
grito a ti, como que te daba lo mismo lo que hicieran los chiquillos en clases.
Yo no considero que tú seas tímido, le dice el profesor de la Especialidad al
practicante, a mí me parece que lo tuyo es un caso de impersonalidad o
apersonalidad. A qué se debe esta impersonalidad que manifiestas tú en la sala
de clases, le preguntan al practicante. Por qué eres así, insiste la profesora
guía, señalando con la mano de pies a cabeza al practicante.
Pienso que el problema
es que no me han visto desenvolverme en las redes sociales, en Facebook, por
ejemplo, soy amistoso y empático, le doy like a muchos estados. Reviso las
fotos de mis amigas de Facebook, me toco mientras miro sus veraneos y sus
viajes, se siente bien tocarse mientras ves la alegría genuina de chiquillas en
bikini, lo que quiero decir con esto es que no soy indiferente a los demás, mi
cara es inexpresiva eso es todo, pero para mi alma es un festín compartir con
los demás. Omito mi reflexión sobre las redes sociales y luego de un largo
silencio digo que soy un poco inexpresivo, que voy a trabajar ese aspecto.
Bueno, Diego, nosotros vamos
a ir a almorzar ahora, autoevalúate con lápiz mina, anda llenando el puntaje,
sugiere una calificación y después nosotros la corroboramos, dice el profesor
guía. El practicante se queda solo en la mesa mirando los criterios de
evaluación. “Conoce, respeta y promueve las reglas del establecimiento”, dice un
aspecto a evaluar. Eso nunca lo hice, piensa el practicante. “Demuestra interés
por construir relaciones profesionales con colegas e integrantes de la
comunidad educativa”, “Demuestra manejo de grupo y resolución de conflicto de
aula”, “Se expresa gestual y corporalmente en coherencia con las estrategias
didácticas aplicadas”, no lo hice, no lo tengo y no lo hice. El practicante
tiene que evaluar los aspectos con un 1, un 2 o un 3. Decide colocarse en todos
un 3. Le da nota 7, lo piensa mejor y arregla los puntos para obtener un 6,5.
Busco a mis profesores,
ambos firman de inmediato, dicen confiar en mi criterio. Luego, camino por todo
el colegio recolectando timbres y firmas, voy donde la UTP, después donde la
secretaria, por último, la directora revisa mis papeles. Me dice que no firma
nada si el nombre de mi profesor guía no está completo. No sé su segundo
apellido, informo a la directora. Acaso no tiene mamá, insiste ella. Pegunto a
la secretaria si sabe el segundo apellido de mi profesor, luego, al auxiliar,
después a otro profesor. Nadie sabe el segundo apellido de mi profesor. Vuelvo
a la oficina de la directora, Manríquez, dice ella en voz alta sin despegar la
vista de unos papeles. Anoto el apellido que faltaba, ella firma los papeles,
le doy un beso en la mejilla y me quedo de pie mirándola. Que le vaya bien, me
dice. Yo sigo inmóvil, de pie en la oficina, no puedo creer que no falte nada
por timbrar.
El practicante guarda
la carpeta con su evaluación en la mochila, con mucho cuidado, como un tesoro
precioso. Al abrir la mochila, encontró una manzana. Un estudiante se la regaló
en la mañana. Ese debería ser el criterio para evaluar la práctica, piensa el
practicante, si tus estudiantes te regalan manzanas, apruebas.