Profesor,
no se ofenda, pero usted parece de esas personas a las que les gusta leer, me
dice un niño de 7° básico. El gusto por la lectura, para los niños, es motivo
de vergüenza y humillación. La biblioteca es más un lugar de encuentro, una
especie de cafetería con sillas cómodas, que un espacio de reflexión donde se
cultiva el espíritu. A los estudiantes les cuesta tener un libro demasiado
tiempo en sus manos, un gesto de asco empieza a aparecer en sus caras,
cualquier cosa parece más atractiva que terminar el cuento que empezaron. Edgar
Allan Poe, Robert Louis Stevenson, Chesterton, Cortázar, no importa, cualquier
objeto con demasiadas letras parece un mierda para un adolescente en el
colegio.
Profesor,
usted me cae bien, me dice una niña en el pasillo. Otra niña se acerca, me pide
que la abrace y estira sus manos hacia mí. Yo, muy nervioso, esquivo a las
chiquillas y apuro el paso, la directora está mirando atenta la escena desde la
escalera, no quiero que se malinterprete la situación. Sucede que para los
niños, por algún motivo, soy como la mascota del curso. Cuando estoy sentado
leyendo se acercan y me palmotean la espalda o la cabeza, como quien le hace
cariño al gato en el living de su casa. En los recreos me ofrecen galletas,
pastillas, estoy seguro que esperan que me ponga a ronronear o a jugar con un
ovillo de lana, en cualquier momento llegan con un plato con atún y una caja
con aserrín para que haga mis necesidades.
Profesor,
las niñas se comportan como niños y los niños, como niñas, es un desafío este
curso, me dice la profesora que me guía en la práctica de jefatura. Asiento con
la cabeza, aunque no alcanzo a descifrar el sentido de lo que me quiso decir
Beatriz, la profesora. Entramos a la sala de un 8° básico y ella se pone a retar
a los cabros porque se portan mal, de seguir así, algunos se van a tener que ir
del colegio, le informa al curso. Una niña responde que la educación es un
derecho que se ganó con sangre, que nadie les puede quitar eso, acto seguido,
sus compañeros aplauden de pie y la proponen de manera unánime como la nueva presidenta
de curso. ¿Y el Mati?, pregunta alguien. Ese no tiene ni un brillo, responde
otro desde el final de la sala. Todo el curso ríe, mientras, Mati, el actual
presidente, mira cabizbajo la situación.
Estos
niñitos están imposibles hoy día, hazte cargo tú, yo tengo que terminar de
corregir unas pruebas, me dice Beatriz. Estamos en consejo de curso y se me ha
encomendado que hable de la autodisciplina. Para ser sincero, no es un tema en
el que haya reflexionado mucho a lo largo de la vida. Parto hablando de ellos,
de la situación difícil que viven como curso, muchas anotaciones, muchos en
peligro de expulsión, mucho desorden. Mi intervención se llena de términos
propios de un video motivacional de youtube, fuerza de voluntad, persistencia,
metas, valores, compromiso con uno mismo, respeto, todo eso. Como respuesta a
mi performance, todo el curso me ha dejado de poner atención a los cinco
minutos.
Profesor,
mi mamá no me deja ver estos monitos, me dice un niño de la primera fila. Para
motivar la reflexión traje unos videos, el primero es “Ikki en la isla de la
reina muerte”, capítulo de Los Caballeros
del Zodiaco, que habla de sacrificio, trabajo duro y todo eso, pero el niño
sigue insistiendo, profesor, mi mamá no me deja ver estos monitos. La profesora
me dice que es un alumno con asperger y que a veces se enoja con facilidad. Tú,
no mires, le dice la profesora. El niño tapa sus oídos con la mano y mira el suelo,
pero sus compañeros le sacan las manos de los oídos y se ríen, mientras, Ikki relata sus peripecias en la isla
de la reina muerte. Beatriz interviene, ordena que lo dejen tranquilo. Yo detengo
el video. Luego, pongo un cortometraje animado de Pixar que me parece más
amistoso, así todos lo pueden disfrutar y ver más tranquilos. El estudiante que
antes tapaba sus oídos y miraba el suelo, ahora está feliz con los monitos,
pero el resto del curso pifia, los niños me gritan que el video es fome. No sé cómo
integrar a los estudiantes integrados, valga la redundancia.
Profesor,
así me llama la gente, pero siento que no soy digno de mi piocha.