Practicante en acción

Practicante en acción

lunes, 30 de marzo de 2015

No soy nada sin mi piocha

No sé si me gusta el café porque estudié pedagogía o estudio pedagogía y por eso me gusta el café, lo cierto es que me gusta el café en demasía. Una de las cosas buenas del oficio de profesor es que te regalan café, pero para eso hay que tener acceso a la sala de profesores, privilegio que yo no gozo en este colegio, cosa curiosa porque en mi pre practica sí podía entrar, pero claro, era otro colegio, con otras reglas, se siente como ir retrocediendo, estoy involucionando en el oficio de tomar café gratis.
La sensación es extraña, uno se siente un tanto miserable, sentado en unas sillas afuera de la sala de profesores, viendo como los futuros colegas pasan con su sándwich y su café, mientras tanto, uno intenta poner la atención en otra cosa, los cordones de los zapatos, las murallas, el diario mural del pasillo, cosas no muy emocionantes, en realidad. La directora se me acercó un día y como adivinando mi angustia por un poco de cafeína me dijo que podía traer mi café de la casa o comprarlo en el quiosco. Yo asentí con la cabeza, el quiosco se lo pasa lleno y un termo con café en la mochila es un peso que no quiero cargar en mi delgada espalda de poeta mal alimentado.
Mi lugar fuera de la sala no está muy claro, soy alguien que no pertenece a ninguna parte vagando por los pasillos, y mi lugar dentro de ella, tampoco. Me paro a un costado de la sala y espero que el profesor se levante de la silla para sentarme en su escritorio un poco, las salas siempre están llenas, no hay muchos puestos vacíos donde sentarse. Mi labor en la sala se limita a borrar la pizarra y contar a los alumnos, cosa que hago pésimo porque soy malo para las matemáticas, siempre le doy números equivocados a mi profesor guía y él tiene que contar a los estudiantes de nuevo. Ahora último respondo consultas, Carlos, el profesor que guía mi práctica, le dijo a un curso que si tenían dudas con respecto a una actividad me las preguntaran a mí. Yo no sabía que los niños eran tan concretos en 7° y 8° básico, se lo toman todo muy al pie de la letra, me preguntan cosas como, cuánto calzo, qué equipo de fútbol me gusta, si es mucho trabajo dejarse el bigote, si me gustan los Transformers y qué pienso de Optimus Prime, qué me pareció la película Los Vengadores, me preguntaron sobre temas muy diversos, pero nada relacionado con la materia que trata el curso.
Al terminar la jornada intento pasar lo más rápido posible por afuera de la oficina de la directora para que no me rete por andar sin delantal ni piocha. Qué le voy a decir a los apoderados cuando me pregunten porque un hombre sin delantal ni piocha se pasea por los pasillos entre las niñitas, me dijo una mañana. Yo no supe qué contestar, nunca me lo había cuestionado, no sabía que el valor de un hombre radicara en su piocha.


miércoles, 18 de marzo de 2015

Hay que verse como profesor

El colegio que me consiguió la Universidad de Concepción para mi práctica profesional no tiene página web y nunca me dieron la dirección exacta, busqué información en internet y salen dos direcciones distintas. Son las 8:15 de la mañana, voy un poco atrasado, camino por calles de tierra y sitios eriazos hasta llegar a la primera dirección, entro y veo un caballo con un carretón, sacos de cemento en el suelo y varias carretillas. Algo me dice que esto no es lo que busco. Sigo mi viaje, un viejito que está regando me ayuda a encontrar el colegio. Me acerco, una jauría de perros descansa en la entrada del edificio, no me reciben de manera muy amistosa. Adentro, el lugar parece un consultorio, gente hace una gran fila para hablar con la persona de la recepción, espero mi turno al final. La decoración del lugar es curiosa, fotos de la Presidenta Bachelet se mezclan con imágenes de Nicanor Parra y Pablo Neruda. Fotos de Camiroaga, Don Francisco y Zamorano, no veo, pero andarían bastante bien con la línea estética.

Después de esperar de pie por 40 minutos, no hay asientos en ninguna parte, logro pasar a la oficina de la directora. Explico mi situación, soy alumno del pedagógico de Santiago, pero quiero hacer mi práctica profesional en Concepción, en la U de Conce van a supervisar mi trabajo y me mandaron a este colegio. La directora me dice que no ha llegado ninguna solicitud de práctica con mi nombre y que generalmente a los alumnos de la universidad los acompaña alguien que los presenta. Me mira en silencio con el ceño fruncido. Luego, me dice que las formalidades son importantes en la vida. Vuelvo otro día con esa carta, entonces, le digo. Eso tampoco le parece bien, prefiere solucionar el tema ahora. Cuántas horas te piden en la universidad, pregunta. Veinte, le digo, por responder algo, en realidad no tengo idea. Ella se queda pensando, mira sus manos sobre el escritorio. En este oficio hay que desarrollar la personalidad, me dice, acá hay más de mil alumnos y todos los cursos son bastante numerosos. Otra cosa importante, no se puede tocar a las niñitas, no se les puede tocar el pelito, no se les puede tocar el poto, como están las cosas hoy en día, no se les puede tocar el poto a las niñitas, reitera su idea la directora. Luego, me da los horarios y el nombre del profesor con el que voy a trabajar, me dice que me espera la próxima semana y que ya me tengo que ver como profesor, asiento con la cabeza, aunque no entiendo a qué se refiere con ese de verse como profesor, ¿hay que verse mal?, ¿vestirse fome?, ¿usar un mal corte de pelo?, no entiendo, pero digo que bueno. No se toca a las niñitas, me repite la directora antes de abrir la puerta, en estos tiempos no se les puede tocar el pelito, no se les puede tocar el poto a las niñitas. Bueno, le digo, y me retiro preocupado por el énfasis que ponía en el poto de las niñitas, ¿habrá muchos estudiantes de pedagogía que piensen que tocarle el poto a las niñitas es una buena idea? Espero que no. Espero que no sea algo personal conmigo, que no me haya encontrado cara de pervertido o algo así.

martes, 10 de marzo de 2015

Flaner


El profesor es una autoridad en la sala de clases, se debe hacer respetar. Practico la facultad de mandar y hacerme obedecer en el comedor de mi casa frente a mi mamá, mi hermana y un osito de peluche. Digo cosas como, ¡respeto!, ¡silencio!, ¡yo mando acá!, ¡soy profesor y soy la autoridad! Mi hermana se caga de la risa, mi precario don de mando no tiene ningún efecto en ella y mi madre me felicita sin mucha convicción. El osito es un peluche, está ahí para crear ambiente, es difícil tomarlo en cuenta como un indicador válido.
Me corté el pelo, me afeité, uso camisa y corbata, pero no logro dar con el resultado esperado. Más que verme como un adulto, me veo como un niño disfrazado de grande. Quiero verme como profesor, no como practicante. Es una pésima idea andar por la vida de practicante, no eres nada, ni estudiante ni profesional, de qué lado estás, no se sabe, nadie le cree al sujeto que está haciendo la práctica.
Busco en mi mente las estrategias educativas que he aprendido a lo largo del tiempo, relacionadas con el manejo de grupo. ¿Qué hice en estos años?, algo tiene que haber en mi memoria, que sea de utilidad para el oficio que abracé. Recuerdo estar tirado en los pastos de la universidad, hablando del flaner, concepto esquivo que nunca pude comprender muy bien, quizás, algo de eso me pueda servir ahora, en el ejercicio docente.
Todo flaner es vanguardia, pero no toda vanguardia es flaner, dice el Ampolleta. Monroy parece discrepar, plantea dudas con respecto a la veracidad del axioma. Debo decir que no sé a lo que se refieren con eso del flaner, admito yo, con cierta timidez. ¡Oiga, cómo no sabe eso! ¡Así no puede carretear con nosotros, no va a entender nada!, grita escandalizado el Ampolleta. Oiga, no pues, hay que llamar a un especialista en flanerí, agrega Monroy con determinación. Por suerte para mí, llega Pepe y Rodrigo, ambos son los mayores entendidos en la materia, quienes intentan explicar de qué va lo de ser flaner, hablan mucho, horas, Walter Benjamin, Baudelaire, Armando Rubio, Rodrigo Lira, Rimbaud, el instante y el delirio, los cigarros y el café, el flaner camina sin rumbo ni objetivo, abierto a las infinitas posibilidades que ofrece la ciudad. ¿Entiendes?, pregunta Rodrigo. Respondo que sí, que flaner es la persona que comúnmente se conoce como holgazán. ¡No, no, no!, chilla el Ampolleta. ¡Mal!, ¡pésimo!, grita Pepe. Vamos a tener que explicar todo de nuevo, pero vamos a buscar unas cervezas primero, sugiere Rodrigo. Sí, mejor, para que la explicación salga más flaner, agrega Monroy.
Recuerdo estar en el supermercado, muy nervioso, mientras mis camaradas se meten todo tipo exquisiteces en los bolsillos. Yo compro un botellón de vino y los espero afuera. Cuando volvemos a los pastos de la universidad, compartimos el botín, chocolate amargo, galletas, distintos tipos de queso, papas fritas y, cosa curiosa, mucho mazapán. Oiga, por qué tanto mazapán, pregunta el Ampolleta. Porque es muy flaner, responde Monroy. Todos coincidimos, incluso yo, que aún no entiendo la idea de flaner. Usted, qué robó, me preguntan. Intento desviar la conversación preguntando por qué no se tutean, por qué se tratan de usted. El flaner nunca tutea, el flaner es un caballero, me dicen. Usted, qué robó, insisten. Un botellón de vino, contesto. Oiga, no mienta, ese vino lo compró, yo lo vi, me dice Rodrigo. Oiga, por qué anda mintiendo, qué pretende, me reclaman los chicos flaner.
Recuerdo que quedé como poser, como mentiroso y cobarde frente a la comunidad flaner. Recuerdo que eso me preocupaba mientras buscaba un baño para cagar, el exceso de mazapán y vino tinto me había provocado una diarrea de aquellas. Recuerdo que no encontré baño en ninguna parte, la universidad estaba cerrando.
Recuerdo que ya era de noche cuando tomé la micro para volver a mi casa, las ganas de ir al baño se iban intensificando a medida que me acercaba a mi destino.  Me cagué una cuadra antes de llegar al departamento, esto es muy flaner, pensé en ese momento.

Todas estas experiencias, todo este capital cultural de alguna manera lo tengo que volcar en mi oficio, pienso, mientras estoy frente al curso. Porque si no, para qué ir a la universidad.